RESUMEN
COMENTADO DEL CAPÍTULO 9 DEL LIBRO
“MUJERES
QUE CORREN CON LOS LOBOS” DE CLARISA PINKOLA ESTÉS
GACETA
GRATUITA DE ASOCIACIÓN ARBOLEDA DE GAIA - www.arboledadegaia.es NOV 2008
Al igual que sucede a los hombres, el alma de las mujeres tiene sus ciclos de actividad y soledad, de participación y exclusión, de creación e incubación, de participación en el mundo y de regreso a una misma. Sin embargo las mujeres muchas veces olvidamos o aplazamos esa fase de retiro a nuestro interior que puede permitirnos vivir el proceso de individuación que nos convierte en seres completos.
Este
cultivo es lo que Clarisa
Pinkola Estés considera el
ciclo más importante de
la vida femenina, y lo llama el
ciclo de regreso al hogar, a
la casa salvaje, a la casa del
alma.
¿Que es el hogar? Es un lugar interno al que el instinto nos lleva cuando nos permitimos escucharlo.
¿Donde está el hogar?
Se halla en un lugar interior, un lugar que pertenece más al tiempo más que al espacio, un momento en que nos sentimos enteras y presentes desde nuestra integridad, un estado que podemos conservar sin que se interrumpa porque otra persona o cosa exige nuestro tiempo y nuestra atención.
Es el lugar de nuestro centro, es nuestro verdadero hogar.
Casi todas las depresiones, los tedios y las erráticas confusiones que tenemos las mujeres se deben a este alejamiento del centro interno que es nuestro verdadero hogar. A buscar afuera lo que sólo podemos encontrar adentro. Es en ese “buscar afuera” donde nos dejamos el pellejo. Y es entonces cuando no hacemos lo que sinceramente deseamos hacer, sino lo que creemos que debemos hacer. Y seguimos a otro, y entregamos nuestro poder, y nos abstenernos de dar el paso que nos permitiría hacer el necesario
Cuando llevamos demasiado tiempo lejos de nuestro centro nuestra capacidad de percibir lo que realmente sentimos y pensamos acerca de nosotras mismas y de los demás, se esfuma. No vemos lo que es demasiado y lo que no es suficiente y rebasamos nuestros propios limites.
Cuando las mujeres nos encontramos lejos de nuestro centro entregamos todo nuestro poder y nos convertimos en una simple brizna de nuestro verdadero ser femenino salvaje y sabio.
Podemos
perder el centro por culpa de un amor devastador y
equivocado, pero también la podemos perder con
un amor profundo y acertado. Dejarnos el pellejo no
se debe a lo adecuado o inadecuado de alguien o de algo,
sino al coste energético que estas cosas tienen para nosotras.
Es lo que nos cuesta en tiempo, energía, observación,
atención, vigilancia, estímulo, instrucción, enseñanza
o adiestramiento lo que indica si estamos perdiendo
o no la piel.
El impulso que experimentamos las mujeres de curarlo todo y arreglarlo todo, es una peligrosa trampa. Pero, a no ser que se trate de una cuestión de vida o muerte, tomémoslo con calma, busquemos tiempo, y aprendamos que no somos
imprescindibles
para dejar de detenernos a cada a paso para
ayudar a los demás. Entendamos que nuestra tarea fundamental
es la de regresar a nuestra fuente, a nuestro Yin
interior, a nuestro verdadero hogar.
Podemos saber que ha llegado el momento de retirarnos, cuando existe tanto demasiado estímulo positivo como una incesante disonancia.
Es posible que estemos demasiado inmersas en algo, que algo nos esté agotando demasiado, que nos amen demasiado o demasiado poco, que trabajemos demasiado o demasiado poco. Todas estas cosas tienen un precio muy alto.
Puede tardar más o menos tiempo, pero presencia de un “demasiado” nos vamos secando poco a poco, se nos cansa el corazón, empieza a faltarnos la energía y surge en nosotras la misteriosa llamada de retirarnos a nuestro hogar. Sólo efectuando ese retiro sabremos qué es lo que está bien para nosotras, qué necesitamos y qué queremos.
Y sin embargo, muchas veces, en vez de retirarnos seguimos con nuestras rutinas, creemos que creceremos más espiritualmente si nos quedamos, miramos con expresión sumisa, sonreímos con afectación y nos comportamos como si nos sintiéramos culpables. Sabemos que tendríamos que retirarnos, pero... Todos nuestros “peros” son la señal de que hemos permanecido demasiado tiempo en el mundo exterior. Sea como sea el hecho de regresar a casa exige vencer una considerable resistencia, tanto si es fácil como si es difícil.
Algunas mujeres temen que los que las rodean no comprendan su necesidad de regresar a casa. Y puede que no todo el mundo la comprenda. Sólo es necesario que la reconozcamos y la comprendamos nosotras mismas.
Cuando
una mujer decide regresar a casa, los que la rodean tienen
que entregarse a la tarea de su propia individuación y
a la resolución de sus propias cuestiones vitales.
El regreso a casa de la mujer propicia el crecimiento y
el desarrollo de los demás.
Volver a casa es alejarse, es estar con una misma, es darnos el tiempo necesario para sentir-nos desde nuestra integridad; y por ello el regreso al hogar requiere tiempo y dedicación. También requiere entender la diferencia entre soledad y abandono. Además hay que tener mucha fuerza de voluntad ya que regresar a una misma es muy duro; es muy duro ceder y entregar aquello en lo que habíamos estado ocupadas hasta aquél momento e irnos sin más para estar con nosotras mismas.
Sin
embargo “Cuando es la hora, es la hora”. Aunque la
mujer no esté preparada, aunque las cosas no estén hechas,
aunque hoy tengas un compromiso
ineludible. Cuando es
la hora, es la hora. Y no es porque
te apetezca, ni porque estés
preparada, ni porque tu vida
esté limpia y ordenada, ya que
no existe ningún momento limpio
y ordenado para nadie; te
vas porque es la hora y, por consiguiente,
te tienes que ir, no
tienes alternativa si quieres sobrevivir,
tienes que regresar a tu
hogar, a tu centro.
Porque
para recuperar nuestra verdadera
naturaleza las mujeres tenemos
que abandonar transitoriamente
el mundo y sumirnos
en un estado de soledad en
el sentido más antiguo de
la palabra inglesa “alone”, “all
one”, es decir: “todo uno”. Realizar esa soledad que
nos unifica con nosotras mismas es el objetivo del retorno
de una mujer a su hogar interior. El objetivo de nuestra
soledad es poder ser totalmente nosotras mismas.
Es la mejor cura para el estado de extremo cansancio tan habitual en las mujeres de hoy. La soledad no es ausencia de energía o acción, sino abundancia de provisiones salvajes que el alma nos trasmite.
Tradicionalmente se recetaba para curar la fatiga y prevenir el cansancio.
También se la usaba como oráculo, como medio para escuchar el yo interior y pedirle unos consejos y una guía imposibles de recibir en medio del estruendo de la vida cotidiana.
A
las mujeres la práctica de la soledad deliberada nos favorece
la conversación con el alma salvaje que sólo en
soledad se atreve a acercarse a nuestra orilla. A veces tenemos
preguntas para hacerle al alma, otras sólo queremos
descansar cerca del alma y respirar con ella.
Desde
este estado nos sentimos enteramente nosotras mismas,
ya no nos preguntamos si estamos obrando bien,
si nos comportamos bien, si pensamos bien y el tiempo
que pasamos allí nos sostiene durante nuestra actuación
en el mundo.
El periódico regreso a nuestro centro, a nuestro hogar interno, repone las reservas psíquicas que necesitamos para nuestras relaciones, nuestros proyectos y nuestra vida en el mundo de arriba y evita que nuestra vida se deje arrastrar por el ritmo, la danza o el hambre de otras personas.
El periódico regreso a nuestro centro, a nuestro hogar interno, repone las reservas psíquicas que necesitamos para nuestras relaciones, nuestros proyectos y nuestra vida en el mundo de arriba y evita que nuestra vida se deje arrastrar por el ritmo, la danza o el hambre de otras personas.
Sabemos que no podemos vivir una vida confiscada. Sabemos que hay un momento en que las cosas de los hombres y de la gente y del mundo se tienen que abandonar durante algún tiempo. Pero debemos aprender que somos anfibias; podemos vivir en la tierra, pero no sin efectuar frecuentes y prolongados viajes al agua del Yin interior que es nuestro hogar.
Las
culturas excesivamente civilizadas y excesivamente opresivas
tratan de impedir que la mujer regrese a casa.
Todas estamos atadas a los compromisos de la tierra, pero nuestro hogar interior nos llama a todas incesantemente.
Y es imprescindible que todas oigamos esa llamada y aprendamos a regresar si queremos ser mujeres sabias y completas.
Todas estamos atadas a los compromisos de la tierra, pero nuestro hogar interior nos llama a todas incesantemente.
Y es imprescindible que todas oigamos esa llamada y aprendamos a regresar si queremos ser mujeres sabias y completas.
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